La intimidad de Laura Vega García

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El otro día leía un artículo, estupendamente escrito por Pablo Ordaz, en EL PAIS. En ese trabajo se contaba, de forma austera, la historia de Laura Vega García, una chica de 29 años que resultó desfigurada y que quedó en coma vegetativo tras los atentados del 11-M. El periodista, en su crónica del juicio, cuenta cómo dos periodistas, utilizando engaños, entraron en la habitación del hospital y fotografiaron, para dolor de la familia, el rostro roto de Laura. Su nivel de sensibilidad llegó a extremos difícilmente superables al calificar a Laura como «la muerta en vida». Sus familiares al medio respeto a la intimidad de Laura y la profesional que firmaba la pieza se justificó diciendo que Laura era «un personaje público«.

Este asunto , a nada que se tenga un poco de decencia, llama a la reflexión. Lo primero, no creo que a ningún periodista se le ocurra utilizar para una persona doliente, privada de su consciencia, el calificativo de «personaje público» que tantas veces ha sido empleado en juicios para permitir el seguimiento en Medios de personajes de la farándula. En segundo lugar, se debe hacer una reflexión sobre el trabajo de las dos reporteras que, sin permiso de la familia, que representan «de facto» la voluntad de Laura, violaron su intimidad y su derecho a la imagen. En este caso, y como periodista que he tratado, en diversos medios algunos asuntos que entraban en contradicción con mis valores, debo decir que, como profesional, siempre existirá una línea que no cruzaré: la del respeto a las personas. Y en tercer lugar es preciso pensar en el medio que publicó ese reportaje. Este periódico no sólo no desanima a sus colaboradores cuando presentan una pieza inmoral, sino que defiende con dudosos argumentos legales esa labor.

Creo que la necesidad de vender más periódicos no debiera estar reñida con la ética y el respeto a los seres humanos. En este caso el sujeto es más, si cabe, digno de protección. En primer lugar como persona enferma que no puede hacer valer sus derechos, en segundo lugar en su condición de víctima, una figura que en nuestro ideario democrático tiene, cada vez, más peso moral.

Y si queréis leer más de este asunto os adjunto los artículos publicados sobre el mismo en ABC y EL PAÍS.

ARTÍCULO DEL ABC

Laura Vega no pudo impedir que un medio de comunicación se «colara» en su habitación en la Unidad de Daños Cerebrales de una clínica de Madrid para tomar fotografías de su estado físico. No lo pudo impedir porque está en estado vegetativo, en coma, desde el 11-M. Laura no pudo, por tanto, pedir a los representantes de «El Mundo» que abandonaran su habitación, que respetaran su intimidad y su voluntad de no querer salir en ningún papel. Desde aquella fecha, Laura depende de dos enfermeras y de su familia las veinticuatro horas del día.

Ayer, en el Tribunal, su hermano denunció los hechos. El pasado 11 de marzo, con motivo del tercer aniversario de la matanza, «El Mundo» sacó, sin su consentimiento y en un amplio reportaje, dos fotos de Laura «en su situación actual» y «aportaba datos y valoraciones sobre ella y mi familia que no se correspondían con la realidad», según el testimonio de su hermano. El día del reportaje dos periodistas se habían colado en el hospital asegurando al director del centro que querían hacer un trabajo sobre las Unidades de Daños Cerebrales de España. Cuando la información, que evidentemente no respondía a lo que «El Mundo» había dicho, se publicó, el hermano de Laura se puso en contacto con la periodista que la firmaba y la explicación que ésta le dio, según el entorno del joven, es que Laura «era un personaje público».


ARTÍCULO DE EL PAÍS

La sesión se inicia con un gran interrogante: ¿se comerá hoy El Egipcio las natillas? Los abogados bajan a los calabozos a ver a sus defendidos. Cuando suben, los periodistas se arremolinan queriendo saber. Hasta el juez, en el receso, comenta preocupado la situación. Se produce un cierto alivio cuando llega la noticia de que El Egipcio y Belhadj -dos de los presuntos autores intelectuales de la matanza- dan marcha atrás en su decisión de no beber. Se ve que El Egipcio, hasta ahora un tipo sombrío, le va cogiendo el gustito al protagonismo. En medio de la sesión, se levanta y exhibe un papel que nadie es capaz de leer pero que conlleva su expulsión momentánea de la sala. Luego, emite un comunicado: seguirá en huelga de hambre, pero hidratado. Y es en medio de esa vorágine cuando un médico forense se sienta ante el juez. El abogado Antonio García Martín le pregunta por Laura. El forense responde:

-Está en coma vegetativo persistente y padece un perjuicio estético muy importante.

Los médicos tienen la virtud de envolver el dolor con el papel opaco de las palabras difíciles. Sólo tres minutos después, el forense se va, no sin antes confirmarle un dato a la fiscal Olga Sánchez. Son 1.841 las personas que, tres años después del 11-M, siguen padeciendo lesiones. Esa cifra, pero sobre todo el nombre de Laura, provoca un contraste brutal entre las dos orillas del cristal blindado. Por un lado, la necesidad nueva de El Egipcio y sus secuaces de exhibirse, de mostrar sus agravios preventivos ante una sentencia que, temiéndose adversa, ya van calificando de «política». Por otro lado, la lucha sin cuartel de la inmensa mayoría de las víctimas por mantener su dolor al resguardo de la curiosidad o la lástima. De esto sabe mucho la familia de Laura.

El día de los atentados, Laura tenía 26 años.

La Laura de hoy, ya con 29 años cumplidos, es otra Laura. No puede moverse, ni tampoco hablar. Le falta parte de la cara y su cuerpo se va poniendo cada vez más rígido, más deformado. Sólo puede respirar por un tubo a través de un agujero en la garganta. Hay, sin embargo, algo aún peor que todo esto. Laura sufre. «Se le ve en el rostro, por ejemplo cuando bosteza. Se pone roja. También sufre cuando vomita o cuando las enfermeras la mueven para lavarla. Se ve claramente, Laura sufre«. Estas palabras son de Álvaro, su hermano. Las pronunció -porque no tuvo más remedio- en sede judicial, el mismo día que contó sin detenerse en detalles que su madre tuvo que dejar el trabajo y que su padre ya no es el mismo. Que en realidad ya nada es lo mismo, que se terminaron las vacaciones y también la alegría. Que Laura está bien atendida, pero que lo han conseguido después de muchas instancias, de mucha brega con una Administración perezosa que aún no tiene resuelto el presente, y mucho menos el futuro, de personas como Laura.

El día que Álvaro contó esto, también contó otra cosa. El 11 de marzo de 2007, un periódico le hizo un regalo muy especial a la familia de Laura. Sin su permiso, colándose en el hospital a base de engaños, dos reporteras consiguieron fotografiar a Laura en su estado actual, escarbaron en su pasado, confundieron su presente, desoyeron el ruego de sus padres por mantener intacta la intimidad de su hija y publicaron tres páginas en las que, con un derroche de sensibilidad, calificaron a Laura como «la muerta en vida». Cuando Álvaro llamó al periódico para quejarse, la respuesta lo dejó más estupefacto aún: «Es que tu hermana es un personaje público».

-Está en coma vegetativo persistente…

El juicio sigue. Cada cual vuelve a lo suyo. El Egipcio a su recién estrenada cara de dolorosa, Zouhier a sus cuchufletas de siempre y los conspiradores a su conspiración imposible. Pero han bastado sólo tres minutos y un nombre de mujer para poner cada cosa en su sitio.

3 comentarios en “La intimidad de Laura Vega García

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